Thursday, July 12, 2007

La picazón del viajero (Parte 3 de 3)

(Parte 3 de 3)

Es un tipo muy particular de picazón… Salta una oferta de viaje en Internet, y se siente el cosquilleo en los pies, se cruza una foto de algún lugar exótico y el cosquilleo nos sube arañándonos las costillas… ¿Ha sentido alguno de ustedes la picazón del viajero?

Para mi gran sorpresa, cuando le comento a Cesar de mis deseos de tomarnos unas vacaciones en Italia y alrededores, él acepta encantado, eso también le daría la oportunidad de visitar sus dos hijas que al momento estaban en España, y reunirnos con nuestro antiguo camarada José Nelson Ru. Carpe diem… de repente, la oportunidad de vengarme de la cama turca se presentaba tentadora.

El plan incluía unos días en Italia, y otros en España. “Alberto” me escribe Cesar durante nuestra conversación de planeamiento, “como yo no hablo Inglés, me sentiría mas tranquilo si contratamos el tour con una empresa de habla hispana.”

Así fue que, comprendiendo su inquietud, cedí esa responsabilidad a mi viejo compañero. Nos encontraríamos en el Fumiccino, en Roma, y desde allí nos reuniríamos con el grupo del tour. Revisando el itinerario y detalles del viaje, yo imaginaba repetir esas caminatas matutinas alrededor del hotel, buscando un nuevo “torrefazione” donde saborear con mi buen amigo esos deliciosos cappuccinos romanos. ¡Que va! …el hotel asignado quedaba a 20 kilometros del centro romano!

Los otros sabrosos detalles de nuestro viaje los compartiré en un CD fotográfico que estoy preparando, pero como anticipo, puedo decirles que en la primera semana, cuando ya habíamos tomado confianza con la otra gente del grupo, la esposa—porteña--de uno de ellos se me arrima para preguntarme “Decime Alberto…¿De que se ríen tanto ustedes?” Nada es más elocuente que su pregunta para adivinar como pasamos esos gloriosos días.

Recorrimos el norte de Italia, terminando en Milán, desde donde volamos a Barcelona, y después de recorrer la ciudad llevados de la mano por Yanina, la adorable hija de Cesar, tomamos un tren que nos llevaría a Alicante. José, con su adquirida distinción española nos esperaba en la Estación Terminal.

Ya comenté en una nota anterior sobre la generosidad y cordialidad de José y Edith, aunque no quisiera que mis elogios provocaran una indeseable caravana de peregrinos golpeando sus puertas.

Mientras en Alicante, tuvimos el placer de conocer las súper simpáticas hermana y sobrina del “turco” Arabia, quienes nos alegraron con sus aventuras investigativas buscando familiares en el medio oriente. Entre risas, sonrisas y evocaciones de pasadas picardías juveniles, maquinaba la forma de vengarme de la cama turca, algo que las emociones del momento no fueron suficientes para obligarme a olvidar.

Hacia la hora que teníamos que retirarnos a dormir, ya la tenia clara: ¡Torturar a José con los ronquidos industriales de Cesar! Sencillo y barato.

La habitación de huéspedes tenia dos camas, con el espacio de una mesa de luz entre ellas. Lo único que necesitaba era convencer a José a que, “en honor a los viejos tiempos” se animara a tirar un colchón al suelo y dormir con nosotros…

A las tres de la madrugada todavía estábamos tratando de convencer a José para que nos acompañe en las horas de sueño, pero bicho como es, se resistió hasta que el cansancio nos obligo a desistir. Había fracasado. Pero regresaba con el placer de haber compartidos momentos que nunca me imagine.

Cesar… hagámoslo otra vez antes de “espichar”!

Recompensas inesperadas...

Un abrazo a todos,

Alberto

FIN

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