Friday, December 7, 2007

Niños felices y un Rey timorato—La fragilidad de las primeras impresiones

Mercaderes, curtidores, sastres, panaderos, artesanos y guías improvisados se entremezclan con el olor y color de especias, cueros y tejidos de las tiendas, molinos de harina, baños públicos, jondouks, mezquitas, y viviendas que se encadenan en los misteriosos vericuetos de la Medina de Fez en Marruecos.

La Medina--centro histórico de la vieja ciudad de Fez--está cerrada al tráfico y protegida por la UNESCO como patrimonio cultural. Con el nombre de Medina se designa el núcleo original desde el que se desarrollarían las poblaciones antes del protectorado francés de 1912.

El recorrido de su laberinto de calles estrechas a través de sus 185 barrios—cada uno con su mezquita, su medersa (escuela del Corán), su fuente y su hamman (baño turco) es una verdadera travesía en retroceso hacia su pasado histórico.

--“Esa puerta verde”, señaló nuestro guía Hammed, “es una escuela…”

--“¡Quiero verla!” exclame casi al unísono con Christine.

Ví la duda el los ojos de Hammed, pero finalmente, golpeó gentilmente la puerta de ese pequeño edificio de ventanas cerradas y se nos permitió observar su interior. En esos niños ví lo que vería muchas veces durante mi visita: niños felices, sin miedos aparentes hacia gente adulta o extraña, un marcado contraste con los niños americanos, siempre aprehensivos de rostros desconocidos. Unos minutos mas tarde, en otra de las varias escuelitas de la Medina de Fez, los chicos nos saludarían dándonos la bienvenida a su país.

Esa misma tarde, regresando a la sección mas moderna de Fez, nos detuvimos frente a la portada del palacio del Rey Mohammed VI para tomar fotos, y luego reemprender la marcha hacia nuestro hotel. Viajábamos en un coche cubierto con nuestro guía y Faysal, nuestro conductor. Apenas unas pocas cuadras después de abandonar los predios del palacio, Faysal nos anuncia que detrás nuestro venia el mismo Rey Mohammed VI, y efectivamente, por el parabrisas trasero del coche pudimos ver al monarca elegantemente vestido, conduciendo su Mercedes convertible negro. Preparé mi cámara y tome una foto.

Me preparaba para hacer una segunda toma cuando con evidente alarma nuestro conductor nos conminaba alzando la voz “¡¡No mas de una!! ¡¡No mas de una!!”

Creo que antes que Faysal terminara de exclamar su advertencia nos vimos rodeados por los agentes de seguridad del Rey quienes entre gritos incomprensibles en el idioma árabe local detenían y rodeaban nuestro coche. Mas que sorprendidos, Christine y yo observamos en silencio la discusión entre los agentes y nuestro conductor. De repente, uno de los agentes nos intimida a entregar nuestros pasaportes, mientras otro extendiendo su brazo me pide mi cámara fotográfica.

Faysal y Hammed se encontraron así—como nosotros indirectamente—bajo un intenso interrogatorio por los agentes de seguridad, al tiempo que desde algún lugar se sumaba un interrogatorio telefónico. Después de lo que pareció un tiempo interminable, se nos devolvieron nuestros pasaportes—la cámara fue retenida—y continuamos nuestro viaje, para ser detenidos otra vez a la cuadra siguiente por otros agentes de seguridad, que continuaron con el interrogatorio y el chequeo de pasaportes. Finalmente, se nos permitió continuar.

Algo recuperados de nuestra sorpresa por este extraordinario evento—nunca imaginamos un encuentro con el Rey, y menos en tales circunstancias—nos detuvimos frente a un enorme supermercado para comprar algunas necesidades, y al salir, nos encontramos con que nuestro conductor Faysal había sido llamado por el comando de seguridad, quienes hicieron devolución de mi cámara fotográfica… ¡sin las fotos del Rey! Las tomas de Mohammed VI habían sido cuidadosamente borradas, y el episodio solo quedaba en nuestras memorias como para no olvidarnos jamás de nuestro paso por Marruecos.

En ese día quedo así la primera impresión de un pueblo detenido en el siglo XI, con niños felices bajo la tutela de un Rey timorato… una impresión que después yo mismo descubriría frágil y no completamente precisa.

Desde cualquier terraza, una de mis primeras impresiones quedaría desvirtuada con una vista de los techos de la Medina salpicada con antenas parabólicas de televisión. Mas tarde, investigando la vida cotidiana en Marruecos, aprendería sobre las deplorables condiciones de los niños en las ciudades grandes de Marruecos: niñas y niños menores de 15 años, unas arrancadas de sus hogares rurales para ser puestas como servidumbre; y otros puestos bajo rigurosos regimenes de trabajo. Según un informe de Human Rights Watch, Marruecos tiene uno de los mas altos índices de explotación laboral infantil del Medio Oriente y África del Norte aun a pesar de las leyes que lo prohíben.

Y respecto a su Majestad Rey Mohammed VI, bueno, no es tan timorato como me parecía, considerando los ataques terroristas del año 2003. El inició la modernización de Marruecos con cambios políticos y económicos; y con una rigurosa investigación acerca de los abusos de los derechos humanos durante el reinado de su padre. Su prioridad de lucha contra la pobreza le ha ganado el apodo de “guardián de los pobres” entre la población.

Además, es bajo su régimen que el problema de la explotación infantil esta siendo combatido, así como los problemas de pobreza y exclusión social. El y su esposa, la Princesa Lalla Salma son los creadores de las nuevas leyes para “crear un Marruecos merecedor de sus niños”. Bajo su tutela y la administración de Yasmina Baddou—Secretaria de Estado para Asuntos de la Familia, la Niñez y los Discapacitados-- el trabajo por niños menores de 15 años ha sido reducido de 600.00 en 2004 a 177.000 a esta fecha.

Aprendí muchas cosas en este viaje: sobre la fragilidad de las primeras impresiones, pero especialmente sobre mi mismo.

Un abrazo,

Alberto

PS. Encontré el famoso camello lagrimeador, pero se los cuento en otra nota.