Saturday, January 16, 2016

La verdad de un mensaje no cambia aunque se mate al mensajero



La verdad de un mensaje no cambia aunque se mate al mensajero

Para quienes no estén familiarizados con la expresión, “matar al mensajero” es una alusión metafórica al acto de culpar a una persona que trae malas noticias en vez culpar al evento o individuo causante de la noticia.

La frase tiene su historia. En tiempos antiguos sin correos ni internet, los mensajes eran llevados por un emisario humano, y a menudo, si el recipiente se  irritaba  con la noticia, descargaba su ira contra  el mensajero que le traía las malas noticias.  La frase es un ejemplo clásico de la falacia lógica ad hominem, una estrategia con la que se intenta desacreditar a la persona que defiende una postura señalando supuestas características o creencias recriminables de esa persona.


Sófocles puso en boca de Antígona que “Nadie ama al mensajero que trae malas noticias”.

En “Vidas Paralelas” Plutarco escribe: “El primer mensajero que dio la noticia sobre la llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a Tigranes, el Rey de Armenia (¡!) que éste le cortó la cabeza por sus dolores (…) y sin ninguna inteligencia del todo, Tigranes se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran...”

Seguramente, un buen cristiano estará familiarizado—y tal vez desensibilizado—con esta mortífera  debilidad humana ilustrada en 2 Samuel 1:13-1:15:

--“Y David dijo a aquel joven que le había traído las nuevas: ¿De dónde eres tú? Y él respondió: Yo soy hijo de un extranjero, amalecita.

--Y le dijo David: ¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?

--Entonces llamó David a uno de sus hombres, y le dijo: Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió.”

En el film “300”—un relato ficcionalizado de la Batalla de las Termópilas—Leónidas mata al mensajero persa con la sentencia “¿Locura? ¡Esto es Esparta!”  Una sentencia que cualquier fanático puede repetir  (cambiando el nombre del lugar) para declamar el objeto particular de su apasionada intransigencia.
https://youtu.be/7pIE5Ipd0ZY

Matar al mensajero tiene—como toda otra acción humana—un significado no siempre aparente. Freud consideraba el hecho de matar al mensajero —figurativa y literalmente—como “una defensa para enfrentar lo insoportable”, citando el ejemplo del famoso lamento de los moros españoles “Ay de mi Alhama", donde se relata como el rey Boabdil recibe una carta con la noticia de la caída de Alhama, y presintiendo  el fin de su mandato sin querer  permitir que se convierta en realidad, “tiró las cartas al fuego y mató al mensajero”.   Boabdil necesitaba aliviar su sentimiento de impotencia, y al quemar las cartas y matar al mensajero todavía estaba intentando demostrar su poder.

“Matar” o vilificar  al mensajero es una respuesta emocional hacia noticias no bienvenidas, que prevalece, aun siendo el método más efectivo para mantenerse fanáticamente  desinformado.  El fanatismo es mucho mas ciego que la justicia.

La furia del fanático contra el mensajero que lo expone a sus errores es todavía un arma para tener en cuenta. Naturalmente,  hoy nuestra moderna civilidad no permite matar mensajeros de malas nuevas, pero estos no están a resguardo de la ira de quienes se ven confrontados con verdades opuestas a sus ilusiones, siendo a menudo blanco de sus diatribas y difamaciones. 

En su versión moderna, “matar al mensajero” es ilustrado en el film del mismo nombre, que vale la pena ver. Con este film siento una afinidad especial, porque salvando la distancia entre la ficcion y la realidad, uno de mis criticos tuvo la osadia de incluir a mis hijos en su argumento.




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