La verdad de un
mensaje no cambia aunque se mate al mensajero
Para quienes no estén
familiarizados con la expresión, “matar al mensajero” es una alusión metafórica
al acto de culpar a una persona que trae malas noticias en vez culpar al evento
o individuo causante de la noticia.
La frase tiene su
historia. En tiempos antiguos sin correos ni internet, los mensajes eran
llevados por un emisario humano, y a menudo, si el recipiente se irritaba
con la noticia, descargaba su ira contra
el mensajero que le traía las malas noticias. La frase es un ejemplo clásico de la falacia
lógica ad hominem, una estrategia con la que se intenta desacreditar a la
persona que defiende una postura señalando supuestas características o
creencias recriminables de esa persona.
Sófocles puso en
boca de Antígona que “Nadie ama al mensajero que trae malas noticias”.
En “Vidas
Paralelas” Plutarco escribe: “El primer mensajero que dio la noticia sobre la
llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a Tigranes, el Rey de Armenia
(¡!) que éste le cortó la cabeza por sus dolores (…) y sin ninguna inteligencia
del todo, Tigranes se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando
oído sólo a aquellos que lo halagaran...”
Seguramente, un
buen cristiano estará familiarizado—y tal vez desensibilizado—con esta
mortífera debilidad humana ilustrada en 2
Samuel 1:13-1:15:
--“Y David dijo a
aquel joven que le había traído las nuevas: ¿De dónde eres tú? Y él respondió:
Yo soy hijo de un extranjero, amalecita.
--Y le dijo David:
¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?
--Entonces llamó
David a uno de sus hombres, y le dijo: Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió.”
En el film
“300”—un relato ficcionalizado de la Batalla de las Termópilas—Leónidas mata al
mensajero persa con la sentencia “¿Locura? ¡Esto es Esparta!” Una sentencia que cualquier fanático puede repetir
(cambiando el nombre del lugar) para
declamar el objeto particular de su apasionada intransigencia.
https://youtu.be/7pIE5Ipd0ZY
Matar al mensajero
tiene—como toda otra acción humana—un significado no siempre aparente. Freud
consideraba el hecho de matar al mensajero —figurativa y literalmente—como “una
defensa para enfrentar lo insoportable”, citando el ejemplo del famoso lamento
de los moros españoles “Ay de mi Alhama", donde se relata como el rey
Boabdil recibe una carta con la noticia de la caída de Alhama, y
presintiendo el fin de su mandato sin
querer permitir que se convierta en
realidad, “tiró las cartas al fuego y mató al mensajero”. Boabdil necesitaba aliviar su sentimiento de
impotencia, y al quemar las cartas y matar al mensajero todavía estaba
intentando demostrar su poder.
“Matar” o
vilificar al mensajero es una respuesta
emocional hacia noticias no bienvenidas, que prevalece, aun siendo el método más
efectivo para mantenerse fanáticamente
desinformado. El fanatismo es
mucho mas ciego que la justicia.
La furia del
fanático contra el mensajero que lo expone a sus errores es todavía un arma para
tener en cuenta. Naturalmente, hoy nuestra
moderna civilidad no permite matar mensajeros de malas nuevas, pero estos no están
a resguardo de la ira de quienes se ven confrontados con verdades opuestas a
sus ilusiones, siendo a menudo blanco de sus diatribas y difamaciones.
En su versión
moderna, “matar al mensajero” es ilustrado en el film del mismo nombre, que
vale la pena ver. Con este film siento una afinidad especial, porque salvando la distancia entre la ficcion y la realidad, uno de mis criticos tuvo la osadia de incluir a mis hijos en su argumento.
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