Monday, March 27, 2023
CORRUPCION
Mi primera experiencia en
corrupción ocurrió mucho antes que yo supiera como se le llamaba a tal acción. Fue en Tucumán, Argentina, cuando José María
Guido presidia el país gracias a uno de nuestros recurrentes golpes de Estado.
Volvía de un viajecito en
motocicleta a La Quiaca. Pasando por la capital tucumana, la policía me detuvo
por tener rota la luz trasera. No me
multaron. Me pidieron una coima para dejarme seguir, y por negarme, me metieron
en un calabozo. Me dejaron seguir viaje
esa misma noche cuando pedí que me dieran algo de comer.
Comencé a comprender el
significado y las implicaciones de los actos de “corrupción” cuando emigré de
Argentina, al familiarizarme con trabajos de analistas políticos no argentinos
(mi limitación investigativa no encontró estudios sobre corrupción de analistas
argentinos antes de 1998).
Comenzando con la
definición clásica del politólogo J. Nye de la corrupción como “el
comportamiento que se desvía de los deberes formales de un cargo público para
beneficio privado”, pude rastrear históricamente
la “corrupción” hasta las instrucciones
que el escriba egipcio Amenotep daba a su hijo:
“Nunca aceptes soborno de un hombre rico o poderoso en perjuicio de
un hombre débil”, un consejo incorporado en el decreto de Horemheb
castigando la corrupción y los abusos de poder con golpizas hasta la
desfiguración, el exilio y si era grave, con la muerte.
Desde la antigüedad hasta
el presente, la corrupción ha sido un obstáculo insuperable. Atenas tenía leyes
que castigaban a quienes aceptaban ganancias privadas a expensas del interés
colectivo que incluían la esclavitud y el clientelismo, dentro de un sistema
político cuyos cargos públicos no remunerados fomentaban la conducta desviada
de los oficiales.
La Reforma protestante, con
su explícita condenación a la corrupción de la Iglesia Católica Romana,
contribuyó a exponer la comercialización de sacramentos, indulgencias y otras prebendas y beneficios eclesiásticos.
Hasta hace muy poco, el
escrutinio de la corrupción estuvo casi exclusivamente enfocado sobre el plano
del poder político, asumiendo que la degradación de una sociedad es un proceso
“de arriba hacia abajo” cuando en realidad, en sociedades democráticas, el
estrato político de “arriba” se puebla con el material humano “de abajo”.
A fines de la década de
1980, después de décadas de ser aceptable como práctica común, la corrupción se
convirtió en un tema importante de la ciencia política, resurgiendo en las últimas
décadas en estudios que comenzaron a distinguir dos grandes tipos de
corrupción:
La corrupción institucional
y la corrupción personal.
La corrupción institucional
es esa que conocemos bien y que denunciamos cada día con cada una de nuestras
frustraciones ciudadanas, y que puede a su vez descomponerse en corrupción “no
personal”, cuando la institución es
sistémicamente corrupta en beneficio de un grupo; y la corrupción “personal” cuando los individuos subvierten la norma institucional
en beneficio propio.
La corrupción personal se
refiere al carácter moral de las personas, pero ese es el tema de la próxima nota.
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