¿Dónde está el
Cementerio de los Dioses Muertos?
(Adaptación de “Graveyard of Dead Gods”, de H.L. Mencken, 1922.
Respetando estrictamente el contenido, algunos nombres de personas han sido
cambiados por nombres de personas relevantes a la historia Hispano Americana)
¿Dónde está la
tumba de los dioses muertos? ¿Qué deudo tardío riega sus túmulos sepulcrales?
Hubo una época en que Júpiter era el rey de los dioses, y cualquiera que dudara
de su poder era ipso facto un ignorante.
¿Pero en qué lugar del mundo hay un
hombre que venere hoy a Júpiter?
¿Y qué decir de Huitzilipochtli? En un solo
año -y esto sucedió hace apenas cinco siglos- sacrificaron en su honor a 50.000
doncellas. Hoy nadie lo recuerda, excepto quizás algún salvaje errabundo
perdido en la inmensidad de los bosques mexicanos.
Huitzilopochtli,
al igual que muchos otros dioses, no tenía un padre humano: su madre era una
viuda virtuosa y lo engendró tras un coqueteo aparentemente inocente que
mantuvo con el sol. Cuando él fruncía el ceño, su padre, el Sol, se detenía.
Cuando lanzaba rugidos de ira, los cataclismos devoraban ciudades enteras.
Cuando tenía sed lo rociaban con 40.000 litros de sangre humana. Pero hoy
Huitzilipochtli está tan magnificamente olvidado como Loreta Peón. Quien fuera otrora el par de Alá, Buda y Wotan, lo es hoy del General
Pezuela y Domingo Sosa.
Al hablar de
Huitzilopochtli recordamos a su hermano Tezcatilpoca. Tezcatilpoca era casi tan
poderoso como él: consumía 25.000 vírgenes por año. Si me conducen hasta su
tumba lloraré y colgaré en ella una corona de perlas. Pero ¿quién sabe dónde
está? ¿O dónde está la tumba de Quetzacoatl? ¿O la de Xiehtecutli? ¿O la de
Centeotl, tan dulce? ¿O la de Tlazolteotl, la diosa del amor? ¿O la de Mictlan?
¿O la de Xipe? ¿O la de toda la legión de Txitzimitles? ¿Dónde están sus
huesos? ¿Dónde está el sauce del que cuelgan sus arpas? ¿En qué Infierno
perdido e ignoto esperan la mañana de la resurrección? ¿Quién disfruta de sus
bienes residuales? ¿O dónde está la de Dis, que según descubrió Cesar era el
Dios principal de los celtas? ¿O la de Tarvers, el toro? ¿O la de Moccos, el
cerdo? ¿O la de Epona, la yegua? ¿O la de Mullo, el asno celestial?
Hubo una
época en que los irlandeses veneraban todos estos dioses, pero hoy incluso el
irlandés más borracho se rie de ellos.
Sin embargo, no
están solos en el olvido: el Infierno de los dioses muertos está tan poblado
como el Infierno presbiteriano para párvulos. Alli están Damona, y Esus, y
Durmeton y Silvana, y Dervones y Adsalluta, y Deva, y Belisama, y Uxellimus, y
Borvo, y Grannos, y Mogons. Todos ellos dioses poderosos de su época, venerados
por millones, llenos de exigencias e imposiciones, capaces de atar y desatar,
todos ellos dioses de primera categoría. Los hombres trabajaban durante
generaciones para construirles templos gigantescos, templos con piedras grandes
como carretas. El negocio de interpretar sus caprichos ocupaba a miles de
sacerdotes, obispos y arzobispos. Dudar de ellos equivalía a morir,
generalmente en la pira. Los ejércitos se ponían en campaña para defenderlos de
los infieles: quemaban aldeas, masacraban mujeres y niños, robaban el ganado.
Pero al fin todos se marchitaron y murieron y hoy no hay nadie tan desahuciado
como para prestarse a honrarlos.
¿Qué se ha hecho
de Sutekh, que otrora fue el dios supremo de todo el valle del Nilo? ¿Qué se ha
hecho de: Reshep, Anat, Ashtoret, Hadad, Nebo, Melek, Ahija, Isis, Pta, Baal,
Astarté, Hadad, Dagón, Yau, Amón-Ra, Osiris, Moloch? Todos estos fueron antaño
dioses muy eminentes. El Antiguo Testamento menciona a muchos de ellos con
miedo y escalofrío. Hace cinco o seis mil años estaban a la altura del mismo
Yavé. Los peores de ellos estaban mucho más empinados que Thor.
Sin embargo,
todos se han ido por el sumidero, en compañía de: Arianrod, Morrigu, Govannon,
Gunfled, Dagda, Ogyrvan, Dea Dia, Iuno Lucina, Saturno, Furrina, Cronos,
Engurra, Belus, Ubilulu, U-dimmer-an-kia, U-sab-sib, U-Mersi, Tammuz, Venus,
Beltis, Nusku, Aa, Sin, Apsu, Elali, Mami, Zaraqu, Zagaga, Nuada Argetlam,
Tagd, Goibniu, Odín, Ogma, Marzin, Marte, Diana de Efeso, Robigo, Plutón,
Vesta, Zer-panitu, Merodach, Elum, Marduk, Nin, Perséfone, Istar, Lagas, Nirig,
Nebo, En-Mersi, Asur, Beltu, Kuski-banda, Nin-azu, Qarradu, Ueras.
Pídale al párroco
que le preste un buen libro de religión comparada: los encontrará enumerados a
todos. Eran dioses de alto rango, dioses de pueblos civilizados, en los que
creían millones de personas que los veneraban. Todos eran omnipotentes,
omniscientes e inmortales.
Y todos están muertos.
-- H.L. Mencken,
1922
…………….
Henry Louis Mencken
(23 de septiembre de 1880 - 29 de enero de 1956) fue un periodista, editor y
crítico social, conocido como el "Sabio de Baltimore". Es considerado
uno de los escritores más influyentes de los Estados Unidos de la primera mitad
del siglo XX. Mencken fue defensor de la
libertad de conciencia y de los derechos civiles. Se opuso a la persecución, la
injusticia y al puritanismo opresor. Fue autor de numerosos libros, y le movió
la preocupación de acabar con el importante papel desempeñado por el fundamentalismo
cristiano en los Estados Unidos. En 1931, Arkansas aprobó una moción para que
se rezara por el alma de Mencken. Puede ser considerado como uno de los
principales escépticos americanos del siglo xx.
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