Tuesday, December 23, 2008
Con el otro ojo.
“¡Hurra!” escribí en celebración del zapatazo que Muntadar al-Zeidi arrojara al Presidente Bush. Yo creí estar “convencido que ustedes lo disfrutarían como yo.”
Escribí esa nota apenas 20 minutos después que la noticia salió al aire en los Estados Unidos, en reacción espontánea a un evento observado con un solo ojo: mi repulsión por una guerra injustificable y mi disgusto por el individuo responsable.
Hoy, pasados unos días de reflexión, admito la parcialidad sesgada de mi espontáneo comentario, una tendencia que a menudo he criticado en otros.
Como ya debe ser claro para todos, mi opinión original no es universalmente compartida. Por heroica—y simpática—que pueda parecer, la conducta de al-Zeidi viola la histórica tradición Iraquí de hospitalidad hacia sus huéspedes, aunque ellos sean sus enemigos. Ahmad Abu Risha, el líder del Consejo del Despertar en Anbar, condenó la acción de al-Zeidi afirmando que “…el Presidente Americano es el huésped de todos los Iraquíes”. En una entrevista con Associated Press, el Ministro de Relaciones Externas iraquí Hoshyar Zebari declaró que “Este es un comportamiento despreciable, una afrenta a nuestra cultura de hospitalidad y auto-respeto”.
Vamos a encontrar sentimientos similares entre los comentaristas de todo el medio oriente.
Sin duda, el agresivo periodista no solo violó una de las mas antiguas tradiciones de su pueblo, sino también el código de conducta de su profesión.
¿Cómo puedo entonces explicar mi apurada celebración? Después de todo, si se mira el incidente con el otro ojo, se debe reconocer que ocurrió frente a un presidente iraquí—¡perteneciente a una minoría Shia!—elegido en elecciones libres, gobernando una peculiar democracia multiétnica-multireligiosa en el corazón del medio oriente. Este ya no es el Irak de cuando Uday Hussein desollaba a latigazos los pies de futbolistas que perdían un partido de fútbol. El mismo acto en tiempos de Saddam hubiera conducido al asesinato sumarial del perpetrador, quizás allí mismo, en el acto. (Algunos ejemplos aqui)
Con solo recordar estos hechos mi comentario hubiera sido un poco más sobrio y mesurado.
¿Porque entonces mi juicio apresurado?
No siempre es fácil ver las dos caras de un conflicto. Ceo que es porque tenemos la inclinación a favorecer lo que nos gusta y desacreditar lo que no nos gusta independientemente de sus meritos.
La mayoría de la gente, entre los que me incluyo a mi pesar, tiende ingenuamente a sobre-estimar la precisión—o realismo—de sus percepciones. La mayoría somos, en la expresión de psicólogo social Lee Ross, realistas ingenuos. El "realismo ingenuo" es la convicción que uno ve al mundo exactamente como realmente es, aunque otros lo vean en forma diferente. Es la conceptualización inmediata de las cosas, sin reflexionar sobre ellas; es aceptar lo que se ve sin interpretarlo. Es el realismo arquetípico de los niños y de las culturas primitivas.
Es ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio.
El realista ingenuo cree que su información (¡peligrosamente Wikipédica!) lo salva de caer en este error. En conferencias, en comentarios periodísticos, en foros de discusión, en blogs como este y en charlas de café llega a admitir que la realidad no es lo que parece, que está siempre dispuesto a reconocer que sus sentidos lo engañan, que esta preparado para considerar otros puntos de vista, y que su inteligencia le crea una visión tolerable aunque incompleta del mundo. Pero su admisión es ocasional y momentánea, mientras que en la vida diaria adopta de lleno la apariencia, justificándola con definiciones y valoraciones.
Mientras que el realismo ingenuo es una desafortunada característica humana de la que nadie es completamente inmune, es mi resolución para el nuevo año tratar de observar el mundo sin caer en esa trampa.
Un abrazo,
Alberto
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