Unos le llaman ingenuidad, otros dirán que es pura bobería, pero hasta esa edad, todo había sido casi perfecto. Tranquilidad y seguridad familiar, un buen trabajo, el primer amor, buenos amigos… y los primeros arañazos de la picazón del viajero. Todo era claro y sencillo, no había descubierto todavía la malicia adulta ni las astutas artimañas políticas. Amigos eran todos aquellos con quienes me asociaba en alguna inconfesable picardía o en alguna soñada aventura.
En la edad de las ilusiones, sueños de estilista de automóviles en un mundo por conocer.
Ya había dejado de ser atractiva la quinta donde mis viejos me enviaban de vacaciones, el mundo, me imaginaba, debe extenderse un poco mas allá de Embalse y Río Tercero, debe haber otros colores, otros aires, otra gente.
Con mi padrino de confirmación—proveedor del Leprosario J. Puentes—mi experiencia viajera ya había llegado hasta la localidad de San Francisco del Chañar, una población levantada sobre la histórica Posta El Chañar en el "Camino Real del Alto". Yo ambicionaba un paso mas adelante.
Esa ambición permaneció dormida hasta sentir entre mis piernas el vibrar ansioso (no se empiecen a hacer el bocho!) de mi primer vehículo: la DKW 125 cc. de dos tiempos, negra, con cromados impresionantes. Mi “amigo” Carlos, compañero de trabajo en la antigua IKA me demostraba un interés similar cuando yo compartía mis sueños en reuniones y conversaciones, y naturalmente, ambos unimos nuestra afinidad en el planeamiento de un “viaje al norte”—el “norte” siendo Bolivia—, él en su motoneta Siambretta 125, y yo en mi flamante DKW.
Con la frente ceñida de preocupación, mi madre nos dio la despedida en la madrugada de un radiante día estival. El mundo me abría sus puertas ofreciéndome la primera lección sobre la amistad, la verdadera amistad.
Las peripecias del nuestra travesía—incluyendo el encuentro con Yul Brinner, Tony Curtis y sus atractivas parejas, y nuestra participación en el filme “Taras Bulba” —son material para otro artículo; el foco de esta historia es el gesto espontáneo que une o separa en una relación humana.
Antes de llegar a nuestro destino prefijado en La Quiaca, ya habíamos agotado nuestros recursos monetarios—o así parecía--, y haciendo el ultimo balance, pusimos en un fondo común nuestros dineros que calculábamos nos alcanzaría apenas para afrontar los gastos de combustible en llegar a destino y nuestro viaje de regreso. Los demás gastos quedaban en manos de la providencia y nuestro apoyo mutuo.
A pecho abierto en nuestros fieles transportes emprendimos el regreso. Los últimos pesos nos habían permitido cenar frugalmente la noche anterior. Con la vista al sur, cruzando un olvidado pueblito del sur salteño, imaginaba el desayuno servido por mi vieja: café, pan criollo y mucha manteca! Queriendo compartir la fantasía con mi compañero de viaje, mire hacia atrás, y al no encontrarlo detuve la marcha.
Preocupado por no verlo aparecer detrás mío, volví sobre la ruta ya transitada llegando al pueblito que terminábamos de cruzar, y a la vuelta de la primera esquina, bajo un frente de barro adornado con la leyenda “Confiteria” se apoyaba la familiar Siambretta cubierta de polvo.
Sus ojos sorprendidos se encontraron con los míos mas sorprendidos todavía… quedamos inmóviles por unos segundos, él con un mordisco de pan en la boca, y yo con una puntada en el pecho. Carlos había guardado sin compartir parte de sus recursos, y yo aprendía la primera lección en discriminar entre un amigo y una imitación barata.
Con las primeras metas viajeras conquistadas, mis compañeros de trabajo reconocen la hazaña.
Un abrazo,
Alberto
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