“Vení” –me dijo –“voy a presentarte un amigo”. En este momento se me escapa el nombre de esta chica, amistad de una prima mía, que me invitaba a ampliar la constelación de mis relaciones (para ilustrar la anécdota usare el nombre Alicia). Debido a una tragedia familiar me encontraba en Córdoba, Argentina, atravesando uno de los periodos mas difíciles de mi vida. Después de un tiempo considerable viviendo en los Estados Unidos, mi ciudad natal se me presentaba de repente hostil y amenazante, yo me sentía aturdido y bastante confundido en un medio que me era al mismo tiempo familiar y extraño. Alicia trataba de aliviar mi situación.
Mientras caminábamos hacia el lugar del encuentro, Alicia me comenta así como al pasar, que su amigo era “un tipo medio raro”, pero que ella apreciaba muchísimo. No me atreví a preguntar en que sentido era este señor “medio raro”.
Conocí a Sergio en su negocio, una elegante joyería en la Galería de la Fontana, e hicimos buenas migas desde el primer momento.
Durante los cuatro años que permanecí en Córdoba—donde eventualmente, terminé tomando posesión y administrando una confitería-bar Latakia que alguno de ustedes recordará—conocí una cantidad innumerable de personas, y ocasionalmente volví a escuchar que Sergio era “un tipo medio raro…” pero nadie explicaba porque. Por mi parte, sintiéndome muy cómodo en su compañía, y sin percibir “rareza” alguna en su personalidad, no era para mi importante indagar mas sobre ese tema en particular, aunque admito haber tenido algo de curiosidad sobre el tema.
No recuerdo si alguna vez se lo dije--y si no lo hice antes lo hago ahora—pero Sergio me ayudo a salir de mi aturdimiento dándome la oportunidad de aplicar mi experiencia profesional como diseñador grafico y fotógrafo con asignaturas para su negocio. Tareas que me permitieron salir por momentos del ruido, la oscuridad y el humo de esas largas noches en la barra de Latakia.
Con el tiempo y casi sin intentarlo, creí reconocer donde estaba la “rareza” de mi buen amigo Sergio, y porque yo no la había notado. Mis años en Estados Unidos había cambiado un poco mi forma de ver las cosas y de pensar; y Sergio las veía y pensaba mas o menos como yo. La advertencias habían sido justificadas, Sergio era realmente “un tipo medio raro…”, como yo.
Sergio y yo en la famosa Joyeria Gioielli.
Mucho tiempo después, con los tiempos malos olvidados, de regreso y ya asentado otra vez en USA, pensé en gastarle una broma a mi viejo amigo Sergio. Después de pensarlo bastante—¡yo soy un tipo muy creativo!--, se me ocurrió algo que nunca había escuchado antes (especialmente relacionado con joyería), y puse el llamado telefónico:
--“Hola… ¿Hablo con la Joyeria Gioielli?”
--“Si señor” me respondió una voz juvenil del otro lado.
--“Mire…” le dije “¡le habla un cliente muy caliente! He comprado un anillo de oro para mi novia y ahora le queda grande… se ha estirado! ¿Qué clase de anillos venden ustedes? Esto es una estafa ¿no le parece?”
El silencio al otro lado de la línea me indicaba que había logrado el efecto buscado…
--“Mire señor…” balbuceo la joven… “Resulta que…”
--“No me vengan con excusas señorita… ¡Quiero hablar con el dueño! Que no se esconda sino no voy a ir para allá y lo voy a cagar a trompadas!”
Conociéndolo, imaginaba a Sergio en el piso de arriba observando por cámara TV cerrada a su empleada, diciéndole que no me de bolilla. Pero al final, armenio al fin, debe haber pensado que si no paraba la mano este loco iba la joyería y rompía todo, ¡y eso cuesta guita!
La pobre chica por su parte trataba de calmarme… explicándome que…
--“Mire señor, resulta que si, hay unos anillos que se estiran, si usted tiene a bien pasar por la joyería le solucionaremos el problema.”
Me quede de una pieza. ¿Hubieran imaginado ustedes que existían anillos que se estiran? Es al pedo, como me decía otro gran amigo que resulta ser mi primo Tino, “Alberto, el único que puede joder a un judío es un armenio…”
Sergio vino al teléfono ya bastante calentito, pero esa parte de la historia la dejo para que la cuente él si quiere…
Un abrazo,
Alberto